Comentario
El caudillo Almanzor murió en 1002 y sus dos hijos y sucesores, tratando de detentar el poder de al-Andalus manteniendo en la sombra al califa omeya Hisam II, no supieron como él paliar esta situación con éxito; el segundo, Sanchuelo, aún agravó más la reacción de los legitimistas omeyas, pues arrancó al califa su designación como próximo heredero al califato, y estalló un golpe de Estado, en el que Sanchuelo fue asesinado y destronado Hisam II, proclamándose en su lugar otro omeya, al-Mahdí, en febrero de 1009. Este al-Mahdí persiguió a los partidarios del régimen anterior amirí, es decir de Almanzor y sus hijos, ostentosamente apoyados en los eslavos y en los beréberes nuevos, recientemente llegados a al-Andalus; ambos grupos salieron de Córdoba y empezaron a buscar un territorio donde y del que vivir, iniciando así sus autonomías en taifas. Mientras, la guerra civil ardía más o menos por todo el país y, sobre todo, en Córdoba, donde hasta la abolición del califato, en 1031, se sucedieron trece proclamaciones califales de seis omeyas, alguno de ellos depuesto y tornado al trono en más de una ocasión, y de tres hammudíes, príncipes magrebíes que lograron también, a río revuelto, el cada vez menos ilustre califato de Córdoba, donde ellos también eran quitados y repuestos por segunda vez. Así se siguió hasta noviembre de 1031, en que los cordobeses "abolieron el califato, porque no había otra alternativa, y expulsaron de Córdoba a todos los omeyas", cuenta el gran cronista lbn Hayyán, que presenció los hechos y cuyo relato emociona por la impasibilidad desesperada con que traza los últimos pasos de una época que fue gloriosa y que había empezado a clausurarse desde una veintena de años atrás. Entre 1009 y 1016 la unidad andalusí ya había sufrido el recorte de las taifas de Almería y Murcia, Alpuente, Arcos, Badajoz, Carmona, Denia, Granada, Huelva, Morón, Santa María del Algarve, Silves, Toledo, Tortosa, Valencia y Zaragoza, además de otras de cronología incierta. Y este panorama permite ver cómo madrugaron en sus autonomías las marcas, con sus capitales de Zaragoza, Toledo y Badajoz y las prolongaciones medias de Albarracín y Alpuente, notándose además la rápida iniciativa de los eslavos y de los beréberes nuevos; ambos elementos jugaron un papel detonante en la fragmentación política territorial.